Para muchas madres, este día no es felicidad: enfrentan barreras y el dolor por hijas e hijos desaparecidos y asesinados por un Estado indolente.
El Día de la
Madre, celebrado cada segundo domingo de mayo en Perú, es una fecha especial
para muchas familias. Sin embargo, para miles de madres, este día está marcado
por el dolor y la ausencia. Son madres que claman justicia por sus hijas e
hijos desaparecidos o asesinados, y que aún no encuentran verdad ni reparación.
Mientras
muchas y muchos intentamos romantizar este día, olvidamos que nuestras madres
han enfrentado y siguen enfrentando múltiples barreras para criarnos. Desde
vivir en una sociedad machista con escasas oportunidades para ellas, hasta
sufrir la discriminación sistemática del Estado, que les niega el acceso pleno
a sus derechos. Peor aún: es el propio Estado el que les arrebata a sus hijos,
ya sea por acción directa —a través de la represión y la violencia— o por
omisión, al permitir que la impunidad y la negligencia condenen a muerte a
personas inocentes.
Violencia contra ellas
Según
Movimiento Manuela Ramos, solo en abril se registraron 10 feminicidios. Además,
la Defensoría del Pueblo reportó en febrero de 2025 la desaparición de 235
mujeres adultas, 455 niñas y adolescentes, 11 feminicidios, 3 muertes violentas
y 8 intentos de feminicidio.
Por otro
lado, durante el 2024 la PNP registró 10,278 denuncias por desaparición de
mujeres de todas las edades. En el mes de diciembre se presentaron 825
denuncias por esta forma de violencia y en este mismo período la PNP, ubicó a
5,527 mujeres desaparecidas de todas las edades. Sólo en diciembre se ubicaron
a 529 víctimas de esta forma de violencia, señala la Defensoría del Pueblo en
su último informe.
Esto nos
muestra que las cifras de mujeres asesinadas y desaparecidas cada año continúan
en aumento, lo que evidencia una alarmante crisis de violencia de género. Las
regiones más afectadas son Lima, Arequipa, Puno, Cusco, La Libertad, Huánuco,
Áncash y Junín, donde las mujeres siguen enfrentando un alto riesgo de
feminicidio y desaparición forzada. Esta realidad demanda acciones urgentes y
sostenidas para proteger la vida y los derechos de las mujeres en todo el país.
En medio de
esta tragedia, las madres son las principales afectadas: no solo pierden a sus
hijas, sino que cargan con la responsabilidad emocional y física de buscar
justicia. Día tras día, estas mujeres caminan sin descanso, enfrentándose a la
indiferencia institucional y recorriendo un camino doloroso y muchas veces
solitario en su lucha por verdad y reparación.
Estado no
garante
Actualmente,
nuestro país atraviesa una grave crisis de inseguridad, en la que el Estado ha
dejado de ser garante de nuestros derechos y se ha convertido, lamentablemente,
en uno de sus principales violadores.
Cuando las
madres acuden a las comisarías para denunciar la desaparición de sus hijas, son
ignoradas. Cuando reportan el secuestro de sus hijas e hijos, muchas veces las
autoridades, en lugar de brindar ayuda, se apresuran a desmentir públicamente
sus testimonios. No podemos olvidar que, bajo el actual régimen, 50 peruanas y
peruanos fueron asesinados por ejercer su derecho a la protesta en 2022 y 2023,
dejando a madres con heridas que jamás sanarán.
A esto se
suma el hecho inaceptable de que muchas madres han sido reprimidas con gases
lacrimógenos mientras sostenían a sus hijos en brazos, y luego humilladas y
discriminadas incluso por ministros del gobierno.
En el Perú, a
las madres no se las respeta: se las desampara, se las silencia y se las
revictimiza.
Barreras
No es ningún
secreto que, para muchas empresas, no tener hijos sigue siendo un requisito
implícito para considerar a una mujer “más efectiva” o “comprometida” con su
trabajo. Esta exigencia no solo responde a estereotipos, sino que refleja una
intencionalidad clara: excluir a quienes, por mandato social y biológico,
asumen la maternidad y los cuidados. Así, acceder a un buen puesto de trabajo
se convierte en un sueño lejano para miles de madres, atrapadas en un sistema
que castiga su derecho a decidir sobre su vida personal y profesional.
Esta
discriminación, lejos de ser uniforme, se agudiza cuando entran en juego otros
factores como la raza, la clase social, la edad o el estado civil. La
discriminación interseccional se convierte así en un filtro determinante al
momento de otorgar empleo: no es lo mismo ser una mujer joven, blanca y sin
hijos que ser una mujer indígena, afrodescendiente, de sectores populares o
madre soltera. Las barreras no solo se suman, sino que se entrelazan y
profundizan, reforzando las desigualdades estructurales.
Y lo que es
aún peor y deja desprotegidas a las madres, es cuando las entidades públicas
encargadas de garantizar igualdad y protección, suelen ser un muro de
indiferencia, discriminación y hasta revictimización. No es casualidad, sino
parte de un engranaje que perpetúa la desigualdad.
A esto se
suma la histórica e injusta atribución del cuidado, una carga impuesta casi
exclusivamente a las mujeres, que sostiene la economía y la vida misma, pero
que sigue siendo invisible y, hasta hoy, no remunerada. Este modelo no es
accidental: responde a intereses que priorizan la productividad empresarial y
la comodidad del Estado a costa de los derechos y la dignidad de las mujeres.
Un día para conmemorar
El Día de la
Madre no debería ser solo una fecha para celebrar, sino una oportunidad para
conmemorar y reflexionar sobre las luchas históricas y actuales de las mujeres.
Aún queda mucho por hacer. Como hijos e hijas, dejemos de regalar ollas y
sartenes, obsequios que solo refuerzan la idea de que el rol de nuestras madres
se limita a la cocina. Es momento de romper con esos estereotipos y apostar por
un cambio de mentalidad: empoderemos a nuestras madres, mujeres valientes que
han tenido la fuerza para sacarnos adelante y que son capaces de lograr todo lo
que se propongan.
Además, exijamos al Estado que asuma su responsabilidad ineludible de garantizar el pleno respeto de los derechos de las madres y que actúe de manera efectiva para eliminar las múltiples barreras que ellas enfrentan. Sin un compromiso real y sostenido desde las políticas públicas, cualquier gesto simbólico queda vacío. Es hora de avanzar hacia una sociedad que valore a las madres no solo desde lo afectivo, sino desde la justicia, la equidad y la dignidad.
Por: Jennifer
de la Cruz Encalada